Dentro del Evento «Diseño, Arte, Tecnología 25 AÑOS DE ENCUENTROS«, la Asociación de Autores de Iluminación y Videoescena ha nombrado a socio de honor a título póstumo, al iluminador Rafael Martínez Romarate.
El concepto de diseño de iluminación en la puesta en escena teatral, tal y como lo entendemos hoy en día, es el resultado de una evolución a lo largo de la historia del teatro español. Fue un proceso largo, lento y determinado por la compleja historia del país. Por ello, la figura del iluminador teatral y su desarrollo fue fruto del esfuerzo de modernización, iniciativa y pasión artística de muchos profesionales, entre los que destaca la figura capital de Rafael Martínez Romarate, siendo él el primer iluminador del teatro español que, en la década de los cuarenta, aunó el conocimiento técnico y el artístico.
Romarate huía de las ideas preconcebidas sobre luminotecnia y era consciente del error que conduce en la puesta en escena a utilizar la luz con la idea de alumbrar. Para él, eran muy importantes unos principios que llevó como dogma en sus trabajos: sombra, penumbra y oscuridad, tres formas de concebir el diseño de luz que aporta el claroscuro. Su figura es clave para la consolidación del concepto de diseño de iluminación en la escena española y para la aparición de un nuevo rol profesional que lo hace posible: el diseñador de iluminación.
En 1886 nace Rafael Martínez Romarate en Palencia, su niñez la pasó en su ciudad natal o en la finca El Carrascal, que su familia tenía a veinte kilómetros de Palencia. Estudió en la Escuela de Ingeniería Industrial en Madrid. En 1909, conoce a Pilar de Valderrama -la Guiomar de Machado-, en la representación de la ópera Tannhäuser de Wagner, en el Teatro Real. Se casan en 1911. Viaja a Venecia en 1924, invitado a la inauguración de la exposición de su cuñado Victorio Macho, conoce a Mariano Fortuny, descubriendo el invento de la Cúpula Fortuny y, a partir de ese momento, su forma de entender el espacio escénico cambió y la manera de interpretar la luminotecnia.
Romarate se incorporó al Teatro Nacional (1940) cuando nombraron a Luis Escobar director del Teatro Nacional, le llamó para que se hiciera cargo de la luminoplastia de sus montajes y organizar las secciones técnicas por categorías u oficios. Además de ser el primer iluminador del teatro español, también fue el primer director técnico en el Teatro María Guerrero, dándole una identidad nueva a la puesta en escena en todo su conjunto.
Los reconocimientos a su labor como iluminador fueron muy importantes y le llegaron de personalidades del teatro de su época como Marqueríe, Buero Vallejo, Calvo Sotelo, Escobar… Dedicatorias como “Para Romarate, que hizo la luz de las estrellas y la ceguera de los espectadores. Con un abrazo de un buen amigo. Buero Vallejo. Madrid 18/XII/51”, estreno de En la ardiente oscuridad. O “A Rafael Martínez Romarate: escultor de la luz que tanto ha hecho por la regeneración de la escena en España. Y también a su familia que es toda poesía y arte puro, con la admiración devota y el hondo afecto de Marqueríe”. Dedicatoria de su libro Cuando cae el telón.
Romarate abrió caminos de investigación para la luz futura e influyó profundamente en directores como Adolfo Marsillach, José Luis Alonso o Miguel Narros y, a través de ellos, en una generación de técnicos/iluminadores que concibieron la luz como una partitura que había que desarrollar. La reflexión, como el medio para concebir la idea visual, la técnica para desarrollarla, el conocimiento en el desarrollo de la partitura lumínica. La palabra que encierra todo lo anterior sería: luminoplastia.
El método de iluminar en el Teatro Nacional se consolidó por la forma de trabajar la luz; se hizo analizando el texto y encontrando en él referentes para crear una dramaturgia que supusiera un recorrido de imágenes con un contenido acoplado a la propuesta de dirección.
Su personalidad artística creció con su obra, la luz era su escritura; qué reflexiva se vuelve la mirada desde la lejanía de un patio de butacas cuando se busca qué hacer con las luminarias colocadas tras las baterías, y juntar diferentes colores con intensidades distintas o sea trabajando en y para la puesta en escena. Hombre burgués, conservador y católico, decía que le enamoraban las linternas, la noche, el drama y los versos. Su vocación el teatro, su naturaleza la luz; luz de velas, color cálido, esas luces que chorrean la cera de los grandes velones amarillentos y catedralicios.
Miguel Angel Camacho